Gran parte de mi familia vive en provincial, principalmente en Arequipa. Desde que recuerdo hemos ido a Arequipa, calculo que mínimo una vez al año, a visitar sobretodo a los abuelos.
Hay una historia que siempre me causó un mix de emociones, desde rabia, impotencia, respeto, solidaridad, entre otras, así que se las vengo a traer hoy, porque me parece que es una historia que merece ser compartida.
Sería el año 89 masomenos, estábamos en el Toyota Corolla que mi familia había comprado de segunda hace unos años para transportar a la familia y nos encontrábamos rumbo a Arequipa. En ese entonces el viaje de ida demoraba aproximadamente dos días enteros, gracias a las gestiones de los políticos de aquel entonces.
En el camino hay una zona de arenosa, en la cual gran parte de la arena se pasa de un lado a otro de la Panamericana, ha estado ahí y lo seguirá estando. Es en esta parte que comienza mi historia.
Mi familia, en ese entonces conformada por mis padres, mi hermano mayor y quien les escribe, estaba pasando por dicha zona, en la cual, con un poco de mala suerte nos encontramos atrapados en la arena, y mi padre trató de desatorar el carro pero no pudo. En ese entonces yo me encontraba en brazos de mi madre, por lo que no podía ayudar ella. Pasaban los carros y mis padres pedían ayuda con los brazos, para que un buen samaritano pare a ayudar a estar pareja de “padres jóvenes”.
Pasaron varios carros, entre ellos (voy a poner un color para fines del relato) un auto azul, el cual siguió de largo. Finalmente, luego de pedir ayuda a varios autos, alguien paró y ayudó a mi familia, logrando salir así del atoro en la arena y pudiendo continuar nuestro camino, obviamente previo agradecimiento a las otras personas.
El Corolla siguió avanzando rumbo a Arequipa. Y en eso a lo lejos divisan al carro azul que comenté antes, pero ahora él era quien estaba atorado en la arena, ironías de la vida. Al percatarse de esto mi padre dijo, hay que parar a ayudarlos, a lo que mi madre contestó que no deberían hacerlo, puesto que los habían visto y no habían prestado ayuda. Mi padre, fiel a sus principios, dijo que lo mejor era que los ayuden y así fue.
El Corolla se cuadró detrás del carro azul, y descendió mi familia a ayudar. Las personas del otro carro recién se dieron cuenta que mi mamá cargaba a un bebé lindo en los brazos (a mí) y que había otro retoño de máximo año y medio en el auto (mi hermano). Mi papá prestó ayuda, inclusive mi hermano, que con su pequeño bacín rojo que usaba para aprender a ir al baño, prestó ayuda para sacar la arena que estaba impidiendo que el auto azul siga con su camino.

Finalmente el auto azul fue “liberado” de la arena y estaba listo para seguir con su camino, la pareja del auto agradeció a mi familia y subieron a su auto. No sabemos qué habrá pasado por la cabeza de la pareja que ayudamos, pero lo que sí sabemos con certeza es que luego de la acción que tuvimos con ellos, nunca en todo el camino nos pasaron, estuvieron todo el rato detrás de nuestro carro como cuidándonos que en caso necesitemos ayuda, ellos iban a estar ahí para ayudarnos.
Esta historia termina cuando nos separamos debido a que el viaje era largo y teníamos que descansar para seguir al día siguiente, recién en ese momento, el auto azul siguió su camino por la Panamericana Sur, despidiéndose con el claxon, la mano y un juego de luces, para nunca más volvernos a cruzar.
Siempre me ha conmovido esta historia, por cómo lo cuentan mis padres, por cómo actuaron luego de que alguien no les tendió la mano y por cómo las otras personas se preocuparon luego. Me imagino que habría sido una lección de vida para muchos, que a lo mejor puede que ellos la hayan contado alguna vez, a lo mejor con un poco de vergüenza, pero a la vez como una enseñanza para los demás. La ayuda puede venir de quien menos lo esperas, inclusive si tú no la diste en su momento. Ojalá nuestra sociedad cada vez más se interese en ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio, porque incluso hasta un niño está dispuesto de ayudar, así sea con su bacín rojo.